“Impressions”: Un paseo por Altza en 1897, con Emilia Menassade

2019, 21 de Agosto

menassade-azalaEstas fechas veraniegas de luz y paseos al aire libre son indicadas para leer libros de viaje, como “A travers le Guipuzcoa: impressions” (Burdeos-París, 1897), de Emilia Menassade, una auténtica guía turística para veraneantes franceses de la Belle Époque, en la que podemos encontrar todo un capítulo dedicado a Altza.

Emilia Aline Menassade y Baluze (París, 1/10/1850 - Madrid, ?) fue un pintora de origen francés que fijó su residencia en San Sebastián cuando su padre, antiguo oficial del ejército francés, marchó de Francia junto con su familia tras la caída del Segundo Imperio, en 1870. El comienzo de la última guerra carlista hará que la familia se traslade a Madrid, donde Emilia y su hermana Ana trabajarán en la enseñanza, de dibujo y pintura la primera, y de francés la segunda.

Dejamos a un lado el recorrido de Emilia como pintora para fijar nuestra atención en su libro, un libro que, aunque publicado en Francia y pensado para un público francés, mereció sendas reseñas elogiosas aquí (Euskal-Erria: revista bascongada) y en Madrid (Boletín de la Real Academia de la Historia). A lo largo de sus páginas ofrece al viajero información de carácter histórico y geográfico general de los lugares que visita, intercalando apreciaciones personales y anécdotas que le suceden durante sus paseos, en las que la luz, el color, el paisaje y la gente con la que se cruza protagonizan las estampas que describe con su mirada de pintora.

De las 260 páginas que tiene el libro, once, el capítulo 4, las dedica a Altza. El capítulo 3, el más personal del libro, lo dedica al monte Ulia. En Gallica se puede leer el libro completo, en el original francés, y haciendo clic aquí nuestra traducción al castellano del capítulo dedicado a Altza. Al inicio del capítulo ofrece un índice de los temas sobre los que escribirá: Alza - Reflexiones inspiradas por la naturaleza - Una frase de Víctor Hugo - Situación de Alza - El tejo del Campo Santo - Idilio - Los caseríos recuerdos del pasado - Aparición de Pasajes - Las lavanderas -  Subiendo hacia Alza - Aspecto de Alza; diversos detalles - La iglesia de San Marcial - Admirable panorama - Contemplación delante del valle.

A continuación os ofrecemos una selección de fragmentos que nos han parecido más interesantes.

(…)

Vamos pues, hacia Alza, como iremos hacia todo lugar donde nos llame el encanto, no dejando la consideración de que una montaña es una montaña, que la mar es la mar, y que por esta única razón la una y la otra deben ser aquí lo que ellas son allá. Cada lugar tiene su vida propia, es decir su cielo, su luz, sus colores particulares, su atractivo, su alegría, su melancolía, y posiblemente su misterio.

Poco distante de San Sebastián, el pueblo de Alza, se asienta en la parte llana de una colina bastante elevada, y de ahí que la belleza de los panoramas que descubrimos, compensa ampliamente la fatiga que impone su lado rudo y penoso. Se percibe de lejos, elevándose en el centro de un cinturón de montañas de aspecto variado, con su pequeña iglesia maciza, cuya campana está suspendida, como un punto negro, entre los brazos de su modesto campanario, calado de parte a parte.

Más bajo, y perdido en los maizales pálidos, el Campo Santo se muestra como un triste ramo de negros cipreses con su gran tejo que, escapándose de un ángulo del recinto, se eleva derecho y alto como una columna funeraria.

Y es casi un monumento este pobre cedro secular, que recuerda una simple e ingenua historia, un idilio en estos montes.

Un alcalde, bienhechor del lugar, dotaba cada año a una joven, la más pobre y la más virtuosa. Además, en ese año, la más virtuosa era la más bonita, y su corazón estaba prometido… Los felices novios no podían mientras tanto, probar la felicidad esperada. Ella murió antes de la unión deseada. Pero la dote de la joven novia no podía en absoluto formar parte de ninguna otra; fue empleada en los gastos de su sepultura. Se plantó un cedro sobre su tumba, el mismo que hoy se eleva con impulso hacia el cielo, dejando la tierra, como un lamento, su largo y triste trazo de sombra.

Para llegar a Alza, hemos tomado el sendero que, fuera de la vía férrea, recorre durante algún tiempo la línea, luego accedemos a las zonas altas. Ciertamente, no es el camino más fácil ni el camino más corto pero pensamos que es el que halaga mejor nuestro capricho y puede también reservarnos descubrimientos y sorpresas.

Allá por donde va la vista, la mirada se para maravillada, se complace en el descanso y se entretiene en el silencio de todo lo que le rodea. Pasamos delante de bellas granjas que no tienen nada de lo que ese nombre representa en nuestro país Francia y en la mayoría de las otras regiones de España.

Hay aquí, en estas granjas, algo más que la morada de un simple campesino o un tranquilo labrador. Lo señorial se muestra en estas construcciones vastas, sólidas, sombrías, de aberturas estrechas, casi troneras, con los porches a menudo ojivales, con pesadas columnas de piedra elevándose en la entrada, o sosteniendo las viejas galerías, de gruesos contra-muros, casi defensas.

Se sueña, entonces con el pasado. Volvemos a ver bajo el umbral a Jaun (el señor) ó a Andría (la señora), verdaderas figuras sencillas y nobles de estos tiempos retrocedidos, representantes del patriarcado; reyes pastores, pero jefes, y a veces jefes terribles de estos montes y de estos valles. Y nos acordamos también de estas luchas intestinas, luchas sangrantes y encarnizadas, estas guerras civiles, que han dejado por todas partes rastros de devastación, destrucción y muerte. Pero tendremos a menudo la oportunidad de volver a estos recuerdos antiguos y estos temas y lo dejamos así.

(…)

A nuestra derecha, un bello sendero, firme y bien trazado, se pierde en el fondo de las colinas que nos atraen y nos invitan; pero Alza está ahí, y es nuestro objetivo. Descendemos, por lo tanto, corriendo, la pendiente brusca de las alturas que hemos seguido; a sus pies se desliza, contorneando, un bello arroyo que atravesamos. Unos pasos más lejos, lo volvemos a encontrar, más ancho.

De distancia en distancia, gruesas piedras, colocadas horizontalmente a través de su lecho, retienen las aguas y ralentizan el recorrido. En estos pequeños estanques, así acondicionados, las mujeres se sumergen hasta las rodillas en medio de las aguas retenidas.

Las encontraremos por todas partes, solas o en grupo, allí donde se derramará el paso de un torrente o se deslizará el menor hilo de agua. Son las lavanderas.

Su presencia añade siempre gracia al paisaje que ellas animan, Agrupadas, hacen ruido, ponen alegría, en esos pequeños valles silenciosos, con sus voces sonoras y cantarinas. El “fla” de la ropa, que a vuelta de brazo elevan rápidamente por encima de sus cabezas y dejan volver a caer golpeando rudamente la piedra colocada delante de ellas, y como ellas, en el medio del agua. Solitaria, es una gracia escondida que evoca a menudo el recuerdo de esos grabados de viejas biblias. A veces, la adivinamos, solamente con el ruido de la ropa abatiéndose sobre la losa; otras veces, en un aclarado, bajo un rayo de sol, aparece como ese nimbo perlado que el movimiento de sus brazos, cubiertos de un agua espumosa proyecta por encima de su cabeza; finalmente, a veces también, se le sorprende, medio escondida bajo los altos tallos de juncos, agitando desde el agua que se desliza murmurando, la tela ya blanca que ella tira enseguida sobre los bordes herbosos y floridos del arroyo.

(…)

Alza no cuenta más que con su iglesia y algunas casas. Como lo hemos dicho, está sentada sobre la explanada misma de la colina. San Marcial, su iglesia, se eleva en el centro de esa plataforma, y las casas se alinean en semi-círculo alrededor de ella.

Alza no es una villa y no es un absoluto un pueblo, ya que sus casas, como en todas las villas de Guipúzcoa, se agrupan y se presentan con un aire de amo, de señor; tienen sus tejados de tejas y sus balcones de hierro.

La plaza de la Constitución está limpia como la de una Villa, y los animales domésticos no la molestan ni la mancillan.

El frontón (juego de palma) adosado al muro de la iglesia, espera, para animarse, el alto en el laboreo con el descanso del domingo.

Las mujeres trabajan silenciosas cerca de sus ventanas y nuestra presencia no les distrae en absoluto. Los niños están en la escuela. Sus voces se unifican en coro para recitar las oraciones y las lecciones del día; y la voz del profesor se eleva y se hace severa para conducir y contener al rebaño. Todo esto se hace en basko, por supuesto. Es el único ruido que pone vida en este lugar tan tranquilo.

Pasando delante de la iglesia, me fijo en una cuerda que, partiendo del campanario en potencia, viene a fijarse en la ventana de una casa de enfrente. Ahí vive el sacristán; y, para más comodidad, ha encontrado este ingenioso método de abreviar su servicio haciendo sonar, desde su casa, la misa, los nacimientos y las muertes, sin interrumpir sus ocupaciones diarias. Es encantador por su simplicidad.

La iglesia de San Marcial, fundada en 1.390, no ofrece nada de notable. Es una construcción fea, maciza y desnuda, pero la situación es espléndida. Nada más rodearla, es absolutamente imposible no poder manifestar nuestra admiración. Nada más bello que el paisaje inmenso y soberbio que se presenta ante nuestras miradas fascinadas.

Delante de nosotros, el terreno sucumbe en pendiente suave y se pierde a lo lejos en el más bello de los valles. A la derecha, San Marcos y Choritoquieta, con sus bellas defensas; Más allá, de frente, la masa soberbia y majestuosa de las “Peñas de Aya”, verdaderas fortalezas gigantescas y fabulosas, con sus colores contrastados de ladrillo quemado, de violeta, de amarillo y de azul, sus hendiduras profundas, sus sombrías grietas, como tantos pasillos misteriosos hundiéndose en estas laderas de roca, o abriéndose a pasajes inaccesibles, tenebrosos, bajo estas inmensas capas de granito azul cuarteado de vena sangrienta y de mármol dorado. Después, la base se enturbia, se ablanda, se disuelve, se armoniza y se pierde en los colores de la masa vecina que, sucesivamente, se escalonan, y al pie de las cuales se muestra, en este cuadro encantador, como una reina y dueña de este bello valle, la deliciosa villa de Oyarzun.

(…)

Referencias:

"Recuerdo de otoño", Emilia Menassade

"Recuerdo de otoño", Emilia Menassade

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