El Ayuntamiento y la preservación de la memoria histórica
Juan Carlos Mora
En Altza estamos acostumbrados a ser ignorados en muchos y variados temas. En lo que al mundo cultural se refiere, junto a la triste situación en la que se hallan nuestros equipamientos culturales, hay que mencionar la falta de proyectos culturales ilusionantes y atractivos para los vecinos, que miramos con sana envidia los actos, eventos y dotaciones culturales de otros barrios, anunciados a bombo y platillo por la corporación municipal como fruto de una ambiciosa política cultural. Para nuestros gestores parece que la solución para la comunidad altzatarra, que cuenta con varios miles de habitantes con inquietudes, sensibilidades y aficiones por lo menos, tan plurales y exigentes como las del resto de la ciudadanía, pasa por construir Tomasene. El tiempo da o quita la razón, pero no parece que su apertura solucione las carencias en materia de ocio y cultura de las que adolece Altza y que a la larga, sólo contribuyen a aletargar la conciencia crítica de una sociedad.
En Altza, salvo para proyectos que tienen que ver con la ordenación del tráfico y la falta de aparcamientos, o por supuesto, la vivienda, la presencia municipal se encuentra reducida a la mínima expresión. Las soluciones integrales e imaginativas que Altza necesita se hallan en radical oposición a la política de parcheo practicada con nuestra comunidad.
Pero es que además, para los que sentimos que el patrimonio es también nuestro pasado, en parte materializado en los lugares a los que unimos nuestras vivencias y recuerdos, a los nombres y personajes que nos evocan otros tiempos, el ninguneo de la administración municipal hacia este nuestro legado inmaterial adquiere en ocasiones tintes incluso irrisorios, sino fuera porque siempre el error termina afectando a Altza. Y es que, dentro de la “democratización” (palabreja que de usarla tan mal ha perdido su más profundo sentido) en la toma de decisiones municipales, al Ayuntamiento no se le ha ocurrido otra cosa que, para ayudar al nombramiento de las nuevas calles y plazas de la ciudad, recurrir a la participación vecinal (¿?) y a la asesoría de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Hete aquí que, al parecer, no existe Altzako Historia Mintegia, no se han publicado más que 7 números del libro Altza, Hautsa Kenduz, 5 becas de historia y 33 números de la revista Estibaus, amén de un servicio de consulta ciudadana de temas relacionados con el patrimonio y la historia de Altza (v.g. Colección Local de Altza, en Casares). El glorioso resultado de esta acertada decisión municipal es que una calle de Herrera va ser denominada ESTIBAUS, cuando este lugar, en el que se reunían en asamblea en la Baja Edad Media los altzatarras para decidir sobre asuntos relacionados con la comunidad vecinal, está situado a escasos metros de la actual iglesia de San Marcial. Junto a ello hay que añadir el uso inadecuado del topónimo Larrerdi, que no coincide con el emplazamiento adoptado.
Llueve sobre mojado. Con anterioridad, a la hora de realizarse la delimitación de los barrios donostiarras, parece ser que Altzako Historia Mintegia tampoco debía tener un criterio definido, puesto que el Ayuntamiento no ha recurrido a esta asociación para fijar unos límites territoriales de adscripción sumamente dificultosa. O bien, tenían una dictamen suficientemente claro y fundamentado de qué es Herrera, Intxaurrondo, Altza Casco…, o de los colectivos de Altza no merece la pena recabar su opinión, salvo claro, cuando se hace dentro de los parámetros de participación del Plan de Desarrollo Comunitario, auspiciado y amparado desde el Ayuntamiento.
A esto se le podrían añadir una serie de cuestiones directamente relacionadas con la actividad cultural que desarrolla Altzako Historia Mintegia, y que aunque necesitan respuestas de la administración para planteamientos futuros, éstas no llegan.
Sin embargo, no toda la culpa recae en la administración. Los vecinos también tenemos un deber hacia la comunidad en la que habitamos, bien en forma de intervención en los foros y medios en los que podemos hacer pública nuestra opinión, bien a través del derecho al pataleo en sus múltiples variantes, o bien con nuestra presencia activa en aquellas asociaciones o acciones en las que creamos que tenemos algo que aportar. Por lo menos, que las armas que están en nuestras manos seamos capaces de utilizarlas en nuestro beneficio.