Moneda y Berra: distintos caminos, un mismo final

2003, 1 de Octubre

Hace ya algún tiempo que por convencimiento o por obligación, las instituciones vascas vienen ensayando las funciones que han de tener los caseríos en el siglo XXI. Es de sobra conocido la adjudicación de un uso cultural a estos edificios (Tomasene, Okendo, Larrotxene…) acorde con los valores patrimoniales e identitarios que se les suponen. Se esté a favor o en contra de estas iniciativas, tal “reconversión” ha devenido en conservación de los inmuebles, seriamente amenazados por la especulación inmobiliaria y la desatención social (piénsese sino en el cercano Auditz?Akular). Si en un número anterior hablábamos del pasado y del futuro del caserío Tomasene, ahora se trata de dar a conocer la suerte de Berra y Moneda, dos caseríos paradigmáticos en la memoria de varias generaciones de altzatarras, afectados también por modificaciones profundas en su estructura y en su utilización.

El caserío Moneda, propiedad de Kutxa, tiene su origen en el siglo XVI, momento en el que aparece ligado a la inversión en bienes inmuebles del linaje donostiarra de los Oa. Hoy, su futuro pasa por su conversión en un centro de formación para la Asistencia Social, dada la gran demanda de profesionales que se prevé en ese ámbito laboral. Con capacidad para 500 personas ha sido rehabilitado internamente para cumplir ese objetivo. El aspecto exterior mantendrá su estructura actual, tal y cómo la concibió en el siglo XIX el arquitecto Goikoa, y que estilísticamente, tan poco tiene en común con la arquitectura del caserío tradicional gipuzkoano.

El in del caserío Berra es similar. Destinado a centro residencial para la Tercera Edad y gestionado por una entidad privada, su actual remoción ha preservado tan sólo la fachada principal, que curiosamente recuerda en cierta forma a la del caserío Moneda. Solar del linaje Berra desde fines del siglo XIV, desgraciadamente la empresa adjudicataria no se ha avenido a realizar una prospección arqueológica que ayudara a conocer Altza en el período bajomedieval, escasamente conocido en cuanto a restos físicos. Este caserío, a pesar de la probada antigüedad de su solar, no se hallaba protegido quedando a iniciativa de sus propietarios cualquier intervención en su subsuelo.

La sociedad actual en general y la comunidad altzatarra en particular, tan necesitadas de referencias culturales cercanas en este mundo globalizado y desarraigante, no pueden permitirse el lujo de desatender aquellos elementos patrimoniales que nos ofrecen los lazos de unión con pasados lejanos, sin que por ello debamos caer en un conservacionismo a ultranza. Una política inteligente de preservación y difusión patrimonial ayuda a la cohesión y al enriquecimiento cultural colectivo. Nuestra comunidad cuenta con un rico patrimonio rural e industrial que hace entendible su complejidad actual. Es hora de que reclamemos el tratamiento que se merece, pues en ello nos va algo más que el mero goce estético.

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