Santa Columba, mártir, en la parroquia de San Luis de Herrera

2009, Urtarrilak 20

El Diario Vasco, 1944-01-20

Era a primeros del mes de abril de 1928. Recibí una tarjeta de visita en mi residencia de Roma, avisándome que quería verme antes de volverse a España y que hiciera el favor de pasar por el hotel donde se hospedaban lo antes posible. Era la carta de doña Teresa Barcáiztegui, viuda de Zappino. Quedé gratamente sorprendido, al mismo tiempo que me parecía extraño, no haberme dado cuenta de su estancia en Roma y no haber oído aquella su penetrante y autoritaria voz, que por aquel entonces llenaba todo San Sebastián, en pro de sus múltiples caritativas obras sociales. ¡Pobre Teresa, era tan buena y tan dinámica, que le faltaban horas al día para sus empresas a lo divino!

Me apresuré a verla. La hallé acompañada de sus dos hijas menores: Marichu, a quien había traído, para que fuera examinada sobre el milagro que había obrado Pío X, en ella, y que, confirmado como tal, ha pasado a ser el primero para su canonización, como lo pueden leer en las vidas del Pontífice de la Eucaristía, y Pilar, hoy religiosa de la Asunción en Mira-Cruz, y a quien desde entonces guardo mi mayor cariño y simpatía, juntamente con una altísima idea de su virtud e inteligencia.

Estaban decididas a marcharse, llevaban cinco días, y me dijeron habían visto toda Roma y que salían para Nápoles al día siguiente. No pude menos de reír. ¡Ver Roma en cinco días, era como aprender alemán en diez…! Empecé a preguntarles y nada había visto; aquella misma tarde, les acompañé y me constituí cicerone, y empezando mi oficio por enseñarles el macabro cementerio de los Capuchinos, que estaba a un paso del hotel, lo hice tan admirablemente y desempeñé, tan a la perfección, que se quedaron veintiún días más, saliendo mañana y tarde en visita de monumentos, de la con razón llamada Ciudad Eterna.

Al despedirme en la estación el día 8 de mayo, en que salían camino de San Sebastián, quedaba con el encargo de conseguirle varias indulgencias plenarias, en diferentes días de su devoción, para los que visitaran la iglesia de San Luis de Herrera, que entonces precisamente, estaba agrandando, con miras a erigirla en parroquia, en bien de aquel barrio distanciado de Alza. Se consiguieron y las remití, pero en mi cabeza bullía el conseguir una reliquia insigne por lo menos, para atraer y fomentar la devoción del pueblo hacia la nueva iglesia, y no estaba ajena mi imaginación a intentar el llevarme un cuerpo entero y verdadero, de algún mártir de los muchos que abundaban en las iglesias de Roma, para darle mayor culto a nuestra tierra, a pesar de cuantas prohibiciones había.

Bien relacionado entonces en Roma, y con personas influyentes en asuntos eclesiásticos y, sobre todo, unido por una grandísima amistad con el maestro de Sacro Palacio, me eché por todas las iglesias y conventos de la ciudad para hallar por lo menos y ante todo uno más o medio olvidado o de poco culto; forzosamente donde había tanto y tan esclarecidos, empezando por San Pedro y San Pablo, San Sebastián, Santa Inés, Santa Cecilia, y contando seguro que de hallarlo lo conseguiría a fuerza de trabajo e influencia.

Así fue, en efecto. Pronto di con lo que necesitaba. En el convento de Santo Domingo y Sixto, de monjas Dominicas, el primero que fundó Santo Domingo de Guzmán, y gracias a la liberalidad de San Pío V, que había entregado a las religiosas durante su pontificado cantidad de reliquias de Santos para que con la distribución de éstas en mínimas porciones pudieran vivir de las limosnas, encontré de la clausura un cuerpo de una Santa mártir, entero, sin mascarilla de ninguna clase, y sus huesos recogidos formando el esqueleto, por una malla de oro; allí tenía junto a ella su ampolla con la sangre del martirio y su nombre. Era Santa Columba, mártir.

La Providencia me había facilitado todos los trámites. El general de la Orden era entonces nuestro padre Buenaventura Paredes, quien yo conocí muchísimo tiempo antes en España, y le visitaba con frecuencia y era quien debía de dar el primer permiso, como religiosas sometidas a él; me lo concedió inmediatamente. La dificultad mayor estaba en una prohibición de la Curia Eclesiástica de que se sacara ningún cuerpo más de Roma; me estaban fallando todas las tentativas en el Vicariato, a pesar de ir muchas de ellas patrocinadas por el mismo cardenal Merry del Val, quien también se había puesto a mi disposición para este asunto, hasta que, dejándome de ramas, me fui derecho al tronco. El padre maestro de Sacro Palacio, reverendísimo padre Marcos Sales, con quien me unía la más estrecha amistad, vivía en el mismo Vaticano, y me sugirió la idea de ir una noche a cenar con él y después introducirme ante su Santidad Pío XI, y manifestarle nuestro deseo. El día 12 de mayo, confirmaba el Papa y autorizaba un escrito que le presentaba yo, recomendado por las personas antes citadas, en que se solicitaba el traslado de Santa Columba a la iglesia de San Luis de Herrera, al mismo tiempo que me decía de palabra: “pero hágase el traslado con la solemnidad debida”; no sé si pensó que la iglesia de Herrera está a la vuelta de la esquina del Vaticano.

Con aquella firma, todas las dificultades se me allanaron; el Vicariato puso tres monseñores y un notario a mi disposición, se levantó acta de entrega del cuerpo, con sus correspondientes reconocimiento y autenticidad del mismo, y como el camino era largo a recorrer, con las mayores recomendaciones y cautelas, se lo entregó a la Agencia Cook para que bien embalado, me lo pusieran en la frontera de Hendaya.

El día 27 de mayo, después de llenar una incongruente formalidad de sanidad, para el paso de un cadáver, en que hubo que llenar el impreso: “Doña… Santa Columba…; fallecida de enfermedad… martirio”, y datos por el estilo, pasó la frontera, y colocada en un Chrysler abierto de la señora viuda de Romero, seguido de las autoridades, civiles y eclesiásticas, se trasladó a la parroquia de Irún, donde esperaba el ilustrísimo señor don José Eguino, preconizado obispo de Santander, revestido, con el Clero parroquial, se cantó un Te Deum, y adorada la reliquia por el pueblo, continuó la procesión de automóviles tras el que iba la santa acompañada por el señor arcipreste, don Agustín Embil, y yo.

A la llegada a la iglesia de San Luis de Herrera, esperaba revestido, con el Clero, el ilustrísimo señor don Manuel González, obispo de Málaga, quien después de recibir las reliquias y colocarlas en el altar mayor a la veneración pública e incensadas solemnemente, subió al púlpito, dirigiendo la palabra a la muchedumbre ensalzando a la gloriosa mártir de Cristo.

Días más tarde, el nuevo obispo de la diócesis, don Mateo Múgica, hizo el reconocimiento de las reliquias, selló de nuevo la urna y la colocó en el altar de la primitiva capilla, que se había arreglado par el caso, donde quedaron expuestas al culto público desde aquella fecha.

Careciendo de historia conocida Santa Columba, ni noticias precisas de sus martirio, al pensarse en hacer una imagen para ponerla en el altar que guarda sus reliquias, no pudiendo darle un simbolismo que la distinguiera de otras santas mártires, como a Santa Cecilia, el arpa; a San Sebastián, las flechas; a Santa Catalina, la rueda de cuchillos, etc., pues no sabíamos cómo había sido martirizada, si con alfanje o con rueda, si con flechas o con garfios, elevándonos algo sobre la materialidad del instrumento, le mandé poner en sus manos la palma del martirio, y en la otra, una lámpara del tiempo de las Catacumbas, que significara el haber sido del número de las Vírgenes prudentes que, con la lámpara encendida y provista del aceite de su fe, entró por las puertas del martirio a las bodas eternas con Cristo.

ALFONSO DE SANTA MARÍA

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2 iruzkin

  1. BERNARDO

    Soy nacido en Herrera y criado en el barrio, entonces ya sabes que en aquellos años estabamos siempre metido en la iglesia por las razones de la época,no he sabido hasta ahora que en una de sus capillas existia Santa Columba

  2. Fernando

    Estimado Bernardo
    He leído con interés el relato de Santa Columba. En el Puerto de Santa María tenemos una reliquia de Santa Columba desde 1748. Estamos buscando la certificación de auténtica, aunque aparece en varios testamentos, etc.
    ¿La reliquia de Columba traída en 1928 tiene algún certificado de autentica?. Estoy recopilando información de distintas reliquias de Columba en España y he verificado los certificados de la de Málaga y la de Guardo, además de pequeños relicarios en Cádiz, etc. La del Puerto de Santa María está mu documentada pero aún no hemos hallado el certificado.
    Saludos

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