Bolatokiak
Euskal Giroa / Herrera
Dentro de los deportes al uso, introducidos por esa afición que se ve a nuestro alrededor de imitar el modo de vida USA, resulta más o menos corriente oír hablar de la bolera. Automáticamente nos colocamos ante una instalación que hemos visto en las películas de producción norteamericana. Esta figura, más globalizadora, parece alejar a las nuevas generaciones del bolatoki y, con ello, las distancia de un deporte atractivo, barato y desafiante.
Es una realidad que el mundo de los bolos es participativo. La idea de “ir a ver” terminará siempre por aburrir. Como cualquier actividad deportiva, requiere entrenamiento, constancia y afición porque no es fácil controlar la “gurpila” ese giro de muñeca que conducirá a la bola de madera hacia las brillas evitando el txaparro.
Pero además, la práctica de los bolos obliga a conocer los distintos bolatokis del territorio vasco (por no irnos fuera de nuestras fronteras ya que, con interesantes variantes nos encontramos con bolos en Cantabria, Asturias, etc.) No hay un solo bolatoki igual a otro. Sólo las medidas marcadas por la Federación coinciden. Ello obliga a un continuo desplazamiento en función del calendario federativo, previo a las tiradas para “probar”.
La práctica de los bolos es en los últimos 50 años, un deporte muy poco reconocido y sin embargo, es todo un entramado social el que se mueve tras la red de tiradas del bolatoki. Podemos hablar de un amistoso desafío por tiradas que se cristaliza en apuestas entre unos y otros para fijarnos en la forma de desplazamiento en grupos, el reconocimiento del “estilo” del otro, y esa mezcla de buen humor, de saber hacer dentro del respeto y la seriedad de un deporte que se pierde en la Historia. Atrás quedan los bolatokis de las sidrerías pero se refuerzan en Aia, en Segura, en Hernani, en Oñati, etc.
En Altza hemos visto desaparecer varios bolatokis en los últimos años —el de Errota Zahar (Txingurri), Julimasene, Jolastokieta, Apeadero RENFE en Herrera— y surgir algunos, en reposición de anteriores, como el de Altza Gaina o el de Herrera (por desaparición del que existía en la Plaza de San Luis). Ahora está sentenciado a muerte el de Arri-Berri y es de temer que la zona deportiva de Herrera, que está en terrenos del Puerto de La Herrera y, por lo tanto, en zona municipal pasaitarra, requiera un futuro diferente.
En tanto los avances urbanísticos se van produciendo —algunos de ellos verdaderamente agresivos— las aficiones locales siguen su ritmo. Y ahí tenemos figuras como la del bolari altzatarra Antonio Goenaga que se desplaza de bolatoki en bolatoki y al mismo tiempo, cuida con esmero las instalaciones de bolos en Altza mimando el entrenamiento de los niños y niñas del equipo de Euskal Giroa.
En otro momento nos referiremos a la difícil introducción de hace unos años de un grupo de mujeres, en el cerrado mundo masculino del bolatoki pero queremos terminar estas líneas con el recuerdo de bolaris altzatarras como José Imaz y Patxi Lazkano que, siendo parte de ese mismo mundo fueron capaces de ver la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos.