El mercado de Herrera
Elena Arrieta Yarza
Comentando con Herminia, vecina de Herrera, los avatares de la Plaza de San Luis, sus usos durante las últimas décadas -bolatoki, balonmano, zona de encuentros, aparcamiento- y ahora, principalmente zona de paso y de juegos infantiles, me comenta que, en realidad, la plaza ha vuelto a ser lo que ella recuerda en su niñez: el lugar donde jugaba ella, con el resto de la chavalería.
¿Y el mercado? -le digo- siempre ha estado allí. No -contesta- eso no es así. El mercado estaba en las primeras décadas del siglo XX donde ahora está la farmacia, que se hizo a raíz de la guerra. Y me empieza a contar…
Había un par de puestos de pescado con dos grandes mesas -lo de grandes puede ser una interpretación teniendo en cuenta la niña que entonces era Herminia- y eran el soporte de las pescateras. Serían de piedra -le digo. ¡Qué va! de madera y se limpiaban en un tris-tras y… hasta el día siguiente.
Las baserritarras de Altza vendían las verduras y algunas flores. Me acuerdo aún de Feliciana de Garbera, de su abuela Dominica, de Ixabel del caserío Marrus, del almacén de piensos de Ansa y del Bar Huizi, con Pilar y Juanita.
En la pared que perfilaba el camino hacia atrás estaban colocadas unas anillas para atar a los burros. No existía la casa Sarriegi (ahora con el número 131) y todo era monte en la ladera de la vía del tren. Ese sendero llevaba a lo que ahora es la pequeña plazoleta de detrás de la farmacia y terminaba en el Kaxetero con el paso a nivel. Una herrería, algo de ganado, y la Escuela del Carmen, para niños y niñas. La profesora era la señorita Benita. Y allí íbamos toda la chavalería de los alrededores.
Interviene en la conversación Carmen Sarriegi que viviendo un poco más arriba no recuerda ese mercado pero sí que en el pretil en el que ahora nos sentamos de la “Tienda de León” en la casa Ibarbia vendía pescado Nicolasa, que venía desde Pasajes San Pedro. Es curiosa la sencillez y al mismo tiempo la profundidad de algunos recuerdos. Ambas dicen que a veces parece como si lo estuvieran viviendo.
Escuchar a personas mayores que nosotros nos da una lección. Nos enfrenta a la diferencia entre la experiencia personal de cada uno y su concepto de “siempre” y la historia de lo que tenemos alrededor. ¿Cuántas veces hemos oído eso de “esto está aquí de siempre”? Pero ¿qué “siempre”? El siempre del que habla o el del objeto de la conversación. Por eso conviene tener presente que todos los “siempre” tienen un límite.