Breve nota sobre el caballero templario fray Pedro de Arzac
El dato que hoy presentamos en este nuevo número de nuestra revista tiene que ver con el sugerente y en ocasiones, intrigrante mundo de los Templarios. No es este el lugar en el que profundizar acerca del origen cruzado y la trágica desaparición de esta Orden de Caballería medieval ni sobre los rastros iniciáticos asociados a estos “milites” que numerosos investigadores quieren ver a lo largo de toda la geografía europea.
A nosotros nos interesa manifestar la presencia de un apellido claramente vinculado con nuestro pueblo en la concesión de unas tierras para el provecho de esta Orden que el rey catalán Ramón Berenguer hizo el año 1142 a 4 caballeros templarios. El apellido en cuestión es el de Arzak y el hecho es que entre los nombres que figuran en la citada donación se encuentra fray Pedro de Arzac (junto a fray Hugo de Leniz, fray Berengario de Egino y fray Arnaldo de Zarras). Más allá de la relación que estos apellidos de clara resonancia vasca muestran con la Orden del Temple y que permiten situar entre los frates templarios a varios vascos, queremos llamar la atención sobre la temprana utilización de un apellido que desde hace varios siglos es santo y seña de nuestra comunidad.
Sin embargo, esto no quiere decir que este sacerdote-caballero fuera originario de Altza, ni mucho menos. Más bien habría que ponerlo en relación con el lugar bearnés de Arzaqc, villa cercana a la ciudad de Pau que es de donde seguramente tomó su apellido. A este respecto, conviene señalar que para la adopción de un apellido en época medieval era frecuente aludir al lugar originario de la familia, bien fuera éste una aldea, una villa, una región o más tarde, un caserío. Es el mismo proceso que siguió la familia Arzak varias décadas después en su llegada a estas tierras, pues a la hora de definirse en su nueva comunidad de acogida tomaron como referencia el lugar de donde eran originarios.
El dato que ha permitido este breve comentario está extraído de la publicación Vida Vasca XXXIII (1956), pag. 104.